Un total de 22 pequeños han fallecido desde que comenzara 2016 en la provincia de La Guajira; cinco en los últimos días. La corrupción, la sequía y la cultura indígena ancestral son las causas de la falta de alimentos
Por Salud Hdez Mora, em El Mundo
Es un goteo constante que ni el gobierno ni distintas entidades públicas saben cómo detener. Una niña de dos años y otra de 18 meses murieron de hambre en el departamento colombiano de La Guajira, al norte del país. Cinco niños más han fallecido en los últimos días por la misma causa desde el pasado viernes, lo que eleva a 22 el número total de infantes muertos desde comienzos de año.
Aún habrá nuevas fatalidades. Dos pequeñas luchan por su vida en la Clínica Reina Catalina de Barranquilla, al que fueron trasladadas desde La Guajira al borde de la muerte por desnutrición, y es incierto el número de niños que sufren un mal que podría atajarse fácilmente. Tres son las causas que hacen que en la exuberante Colombia haya menores de edad que agonizan por falta de alimentos. Una insaciable corrupción, la sequía por el fenómeno de El Niño y una cultura indígena ancestral que margina a los niños.
La mayoría de los fallecidos de este año pertenecen a las etnia embera y la wayúu. La primera vive en los departamentos de Chocó y Arauca, los segundos, en La Guajira, sobre todo en el norte de dicho departamento, lindando con Venezuela, una tierra desértica y muy pobre. Los wayúus se rigen por sus propias normas, residen a ambos lados de la frontera y viven en las llamadas rancherías, que no son otra cosa que chabolas sin acceso a agua potable ni higiene alguna. Los más pobres son pastores de cabras, aunque cada vez hay menos animales, apenas hay trabajo para la mayoría de indígenas y la honda crisis venezolana les ha dado la puntilla.
Por si faltara poco, El Niño ha venido a agravar una situación ya de por sí muy precaria. Y las ayudas oficiales resultan insuficientes no por quedarse cortas de fondos sino porque la corrupción, así como la ineficacia, se las traga. De un paquete superior a los 50.000 millones de pesos de subsidios de alimentación (20 millones de euros), apenas llegaron 6.000 millones a los niños.
Pese a todo, conviene recordar que La Guajira, si bien su población es de las más pobres de Colombia, no así sus recursos. Uno de sus pocos municipios, Uribia, fue durante lustros el más rico del país en ingresos gracias a las billonarias regalías que recibía por las minas de carbón. Pero la voracidad de los corruptos locales lo convirtió en un pueblo atrasado, sucio, polvoriento y de futuro incierto, donde cientos de familias viven en la miseria.
El gobierno de Juan Manuel Santos puso en marcha un plan para enviar ayudas y multiplicar los pozos, que se ha revelado muy insuficiente. El presidente ordenó esta semana a las Fuerzas Armadas a repartir, puerta a puerta, alimentos y agua. Pero es una solución parcial que no resuelve la problemática de fondo.
Aunque este año sonaron las alarmas por la cantidad de casos, lo cierto es que la mortandad infantil en La Guajira se ha vuelto paisaje. Cada año hay una temporada en la que los medios de comunicación nacionales centran su atención en la región, para dejarla más tarde, de nuevo, en el olvido.
En 2015, revelaron que serían unos 5.000 los niños que perecieron de hambre en los últimos tiempos, sin siquiera determinar el periodo. Otros hablan del triple de fallecidos, puesto que la inmensa mayoría mueren y son enterrados en sus rancherías, y nunca los inscribieron en el registro civil.
La Organización de Estados Americanos (OEA), el Defensor del Pueblo y otros organismos han denunciado la situación insostenible de los wayuus, pero nada cambia. En cuanto a los emberas, el problema es parecido. Ayudas alimenticias que no llegan porque las roban antes los dirigentes políticos y sus empresarios amigos, falta de trabajo y una cultura donde los mayores son más importantes que los niños. Tanto es así que las ayudas que envía el estado, las organizaciones no gubernamentales y las organizaciones internacionales, para eliminar la desnutrición infantil se la comen los adultos y, solo si queda algo, la dan a los niños. En el Hospital San Francisco de Quibdó, capital de Chocó, al oeste de Colombia, son frecuentes los ingresos de críos emberas con desnutrición crónica. En esa ciudad se denunció por primera vez al padre de una niña que estuvo a punto de morir de hambre y sed, por malos tratos. Pero el expediente duerme el sueño de los justos. Y lo peor es que no se vislumbra una solución pronta ni para el Chocó, ni para La Guajira.
–
Foto de Salud Hdez Mora.
Enviada para Combate Racismo Ambiental por Zuleica Nycz.