Por Victoria R. Ramos, no Zenda
Historiador, biógrafo, asesor literario y, sobre todo, escritor, Jeremy Dronfield (Reino Unido, 1965) es un autor con amplia experiencia a la hora de investigar y reconstruir hechos ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial. En El chico que siguió a su padre hasta Auschwitz (Planeta) narra en forma de no ficción novelada las vivencias de una familia de judíos vieneses —incluyendo las de aquellos que lograron escapar a otros países— reconstruidas a partir del diario del cabeza de familia, el tapicero Gustav Kleinmann, que logró resistir junto a su hijo Fritz durante seis años en cinco de los peores campos de exterminio nazi.
Tras tres años de documentación, revisión de archivos, entrevistas con Fritz Kleinmann y su hermano menor, Kurtz, además de otros testigos visuales, el autor afirma que el libro no tiene un ápice de ficción. Así, el escritor galés permite que los hechos hablen por sí solos, optando por un estilo despojado y casi desnudo, invitando al lector a intentar comprender lo aparentemente inexplicable. Y es que a Dronfield le interesa especialmente lo que nos llevó hasta el genocidio.
«Hay que recordar que los nazis llegaron al poder a través de unas elecciones democráticas. En sus primeras etapas se dedicaron a la deshumanización de los judíos, homosexuales, gitanos, discapacitados… El clima político que vivimos ahora en todo el mundo está marcado por el ascenso de la derecha extrema, el antisemitismo, la islamofobia, la hostilidad hacia los refugiados… Estamos en una situación en la que algo como el Holocausto, potencialmente, podría volver a ocurrir. Hoy, la derecha en Estados Unidos, con la ayuda de Trump, está haciendo lo mismo ahora con los mexicanos, los musulmanes, y con cualquier persona extranjera. Se criminaliza a la gente de habla hispana y a los negros. El racismo se ha acrecentado con esta administración».
No esperen edulcoramientos. El único heroísmo que late en esta historia está propulsado por la supervivencia y el amor familiar, y corresponde a seres cuyos nombres no han quedado grabados en los libros de Historia. No hallarán cantos a la labor de las autoridades estadounidenses, británicas o francesas en estas páginas. Los hechos que habitualmente se omiten en las grandes producciones cinematográficas sobre la Segunda Guerra Mundial están bien detallados aquí.
La renuencia de muchos países a aceptar refugiados, las órdenes de ralentizar las solicitudes, las campañas propagandísticas infundiendo miedo al refugiado, el hecho de que se conocía la existencia de los campos de exterminio desde al menos 1934 y aún así se optó por no actuar, la creación de campos en suelo británico en los que se hacinaron a los refugiados, o el exterminio sistemático de intelectuales, comunistas y socialistas, que comenzó años antes que el de judíos y gitanos son, incluso hoy, factores desconocidos por una parte importante de la población. Incluso para aquellos que lograron salvar la carrera de obstáculos burocrática y emigrar a otros países a tiempo, la odisea no había terminado.
«Cuando investigué las dificultades a las que se enfrentaron los refugiados judíos a la hora de intentar irse de Europa, me sorprendió ver las similitudes que existen con lo que sucede hoy en día en el Mediterráneo. Se escuchan las mismas cosas ahora sobre los musulmanes, y sobre las personas que están huyendo del conflicto de Oriente Medio. La retórica utilizada por la extrema derecha es casi idéntica a lo que utilizó la propaganda nazi contra los judíos, o contra cualquier persona que no encajara en el ideal social que querían implantar. Es importante entender lo que llevó a esa deshumanización del otro, de las minorías, y de los extranjeros», afirma Jeremy Dronfield.
La historia arranca en Viena en marzo de 1938, en un mundo en el que incluso con las sombras que se ciernen, nadie quiere pensar que lo peor puede ocurrir. No a ellos. Ahí radica, según Dronfield, parte de lo que conviene no olvidar. Antes de la toma del poder nazi y la anexión de Austria, los filonazis eran minoría en Viena. Sin embargo, tras la invasión gran parte de la población les apoyó. ¿La explicación? «En ese momento de tensiones Hitler era sinónimo de seguridad. Como ellos no eran las víctimas, decidieron colaborar. Así somos los seres humanos: sólo unos pocos tienen la valentía y la empatía necesarias para ponerse del lado de los que son perseguidos».
Se cierra de nuevo, en Viena, en 1945. Terminada la guerra, verdugos, cómplices y no pocas víctimas optan por correr un oscuro manto de olvido sobre lo sucedido. Faltan aún muchos años para que las responsabilidades de los crímenes cometidos comiencen a ser depuradas. Entre ambas fechas, nazis, políticos, prensa y pueblos de varios países sellaron el futuro —o la falta de él— de muchos. Camino de la Sangre de Buchenwald.
Con cuatro libros de ficción y seis de no ficción, Jeremy Dronfield es ya un veterano en el ámbito editorial, pero esta es su primera historia traducida al español. El Centro Sefarad-Israel nos abre sus puertas para entrevistar a este escritor galés. Los ojos de la familia Kleinmann, cuyos documentos protagonizan una exposición abierta al público hasta el 16 del mayo, nos observan.
—¿Por qué esta historia y por qué ahora?
—En realidad fue casualidad. Esta historia me llegó cuando me enteré por primera vez de la existencia del diario de Gustav Kleinmann en el campo de concentración, y cuando llegué al punto culminante, con Fritz ofreciéndose voluntario para ser enviado a Auschwitz, supe que era una historia tan potente que tenía que ser contada. He aprendido mucho a través de la investigación para reconstruir todos los hechos, y por lo que sé es un relato completamente único en la historia del Holocausto. Cuando Gustav y Fritz llegaron a Buchenwald en 1939 había 1300 judíos en el mismo transporte, y al final de la Segunda Guerra Mundial solo quedaban 24 vivos. Que un padre y un hijo se mantuvieran con vida juntos durante cinco años a través de varios campos de concentración es aún más extraordinario. No conozco ningún otro caso de familiares judíos que permanecieran juntos y sobrevivieran tanto tiempo. Y ya el hecho de que ambos dejaran documentos escritos de sus experiencias —Gustav un diario y Fritz unas memorias escritas años más tarde— es aún más inusual. Por lo que sé, no hay otra historia igual.
—¿Por qué este formato novelado? Entiendo que ha habido un proceso de reconstrucción histórica de los datos que faltaban, pero estilísticamente el resultado es muy austero, muy desnudo.
—Tuve que enfrentarme a varias cuestiones a la hora de escribir. En algún momento llegué a considerar escribirlo como ficción, porque no tenía la información necesaria para contar la historia de manera exhaustiva como no ficción, pero finalmente acabé encontrando pruebas suficientes como para escribirlo así sin tener que inventarme nada ni rellenar huecos. Luego, me veía muy influido por los supervivientes de estilo más literario, como Primo Levi y Eli Wiesel, y ellos cuentan sus historias sin barnizarlas, sin ablandar nada y sin sobreelaborarlas, a pesar de lo cual su emoción se nota con mucha fuerza, especialmente en el caso de Levi: su ira, su resentimiento. No intentan sobredramatizar sus historias, y yo quería acercarme así a esta, haciendo que los hechos quedaran lo más accesible que se pudiera para la gente, sin empujarlo demasiado, sin dramatizar demasiado, dejando que hablaran por sí mismos. Conseguir el estilo exacto me llevó bastante tiempo de ensayo y error: a veces tenía que dar más detalles y a veces al contrario, para evitar dejarme llevar por mis emociones y equilibrarlo todo más con la ayuda de ese estilo relativamente simple.
—¿El optimismo de Gustav es una fortaleza o una debilidad?
—Parece ser un punto fuerte, porque era optimista desde el inicio. De alguna forma, al principio era una debilidad, porque cuando los nazis llegaron por primera vez a Viena creía que a los judíos de allí no los encontrarían tan fácilmente, porque no eran tan visiblemente religiosos ni tan obviamente judíos, ni practicaban su religión de una manera especialmente devota, y por eso la familia no hizo ningún esfuerzo por emigrar rápido. Pero luego, en los campos, el optimismo ayudaba a mantenerte vivo, y él tenía la creencia de que iba a sobrevivir, que las SS no iban a vencerlo. La gente tenía más posibilidades de morir en los campos de concentración si abandonaban toda esperanza, porque era tan difícil sobrevivir, a nivel de incluso encontrar comida suficiente para no morir de inanición, que tenías que estar muy involucrado con una red de apoyo. Sin fuerza de voluntad tendías a morir muy rápidamente. Apañarse día a día no era suficiente: tenías que estar convencido de que sobrevivirías.”El auge de la extrema derecha en todo el mundo puede llevar a atrocidades de esa escala otra vez”
—¿Puede la literatura ayudarnos a entender mejor el Holocausto, el por qué se llegó a eso?
—Creo que sí, que los relatos nos ayudan a entender mejor las cosas, las narrativas humanas con las que uno puede identificarse. Incluso se han dado casos de cambios de opinión en la gente producidos por textos literarios, a base de hacer que el lector empatice con las experiencias de otros. Lo más importante es entender no solo el Holocausto, sino los acontecimientos que condujeron a él, especialmente en el clima político de hoy en día: no fue solo campos y cámaras de gas, sino también sucesos ocurridos a veces décadas antes, de deshumanización de la gente, especialmente minorías como los judíos, los homosexuales, los gitanos, los minusválidos. Cuando consigues deshumanizar a alguien, es más fácil acosarlos y al final asesinarlos. Y esto ocurre ahora mismo todavía con algunos grupos de gente, de manera más evidente con los musulmanes, pero también hay aún antisemitismo y mucha hostilidad hacia los refugiados, sobre todo hacia los musulmanes procedentes de conflictos de Oriente Medio. Entender cómo funcionan estas dinámicas y a lo que pueden conducir es extremadamente importante. Aunque mi libro sea sobre el Holocausto, y más específicamente sobre una sola familia, he intentado hacerlo comprensible en cuanto a los sucesos que condujeron a lo siguiente. Decidí contar la historia de toda la familia, incluyendo los dos que escaparon a Inglaterra y Estados Unidos, porque era importante reseñar la experiencia de aquellos judíos que acabaron como refugiados en otros países, tan similar a lo que está pasando ahora. Las cosas que se decían sobre ellos —las sospechas, la aversión, la represión e incluso el abuso— eran muy similares a lo que ocurre ahora, y creo que la gente debe saber que lo que se está haciendo ahora puede llevar a atrocidades de esa escala otra vez, con el auge de la extrema derecha en todo el mundo.
—El libro no edulcora nada el papel que jugaron las potencias occidentales, ni sus gobiernos ni su prensa, a pesar de que sabían al menos desde 1934 de la existencia de los campos de concentración.
—Hubo voces que se levantaron en Estados Unidos y el Reino Unido sobre la persecución de los judíos en Alemania, la mayoría viniendo de la izquierda, pidiendo que se hiciera algo. Pero, al igual que pasa ahora, hubo voces más fuertes en los medios, la prensa conservadora y la política en contra de permitir refugiados. Se impusieron cuotas estrictas, y en Estados Unidos ni siquiera se llenaron: el Departamento de Estado [equivalente al Ministerio del Interior] recurrió a tácticas de demora y ofuscación para reducir el número de refugiados que se aceptaban. Incluso se envió información a Viena sobre cómo ralentizar las solicitudes de la gente que pedía visados de viaje a Estados Unidos. Incluí todo esto deliberadamente, porque la gente tiene que enterarse de ello. Sé por las respuestas de mis lectores británicos que no sabían todo esto, y es una vergüenza que, de hecho, su país fuera cómplice, bloqueando la entrada de refugiados judíos en Inglaterra o internándolos como inmigrantes enemigos sospechosos durante la guerra, alguna vez incluso junto a extremistas nazis. Fue una experiencia terrible para ellos, y sufrieron abuso antisemita durante toda su estancia. Lo mismo pasó en Estados Unidos. Quiero que Occidente se dé cuenta de que su papel en el Holocausto no siempre fue heroico. Recientemente un político británico ha rehusado aceptar que el comportamiento de su nación en este tema fuera cualquier cosa por debajo de heroico. La idea de la complicidad británica ni se conoce ni se acepta.“Quiero que Occidente se dé cuenta de que su papel en el Holocausto no fue siempre heroico”
—Varios países europeos están aplicando medidas anti-inmigratorias muy duras, y durante la campaña del Brexit el foco en la inmigración fue tremendo. Tenemos a Trump y Bolsonaro en América… ¿Qué está pasando? ¿Por qué siguen funcionando, en pleno siglo XXI, las mismas consignas y la teoría del enemigo interno?
—Cuando hay depresión económica la gente quiere soluciones radicales, y es fácil jugar con sus miedos. Estas soluciones radicales se buscan tanto desde la derecha como desde la izquierda. El Brexit, Donald Trump o Bolsonaro son buenos ejemplos. El gobierno extremadamente conservador de Polonia, la extrema derecha en Austria… Cuando una economía deprimida se ve exacerbada por políticas neoliberales de austeridad, eso es algo elegido ideológicamente, no es una respuesta obligatoria, y el sufrimiento de la gente aumenta. En el Reino Unido hay gente muriendo de pobreza hoy, y la gente busca soluciones extremas. Durante la campaña del Brexit, los sentimientos contra la inmigración estaban muy altos, echándoles la culpa de todo a ellos y a la Unión Europea, porque en la mentalidad de esta gente la UE es igual a «extranjeros». Extranjeros que tienen voz y voto en nuestro país. La derecha se trabaja ese tipo de xenofobia junto a los miedos de la gente, que resulta manipulada fácilmente. Así es como este tipo de atrocidades ocurren, haciendo que la gente deshumanice lo que teme.
—Junto a los judíos, en los campos de concentración había gitanos, otras minorías étnicas, homosexuales, rusos, disidentes políticos… Es algo que a menudo se obvia. Aquí se refleja la inquina que tenía el régimen nazi a los intelectuales e izquierdistas.
—Los nazis fueron primero a por los socialistas, comunistas y sindicalistas, porque realmente eran los únicos que podrían haber montado una oposición organizada, y cuando se abrieron los primeros campos de concentración poco después de llegar al poder, fueron los primeros en ser enviados allí. Los judíos (por el mero hecho de ser judíos, no por ser intelectuales o de izquierdas que además fueran judíos) solo empezaron a llegar a partir de 1937. Los socialistas y comunistas constituyeron al principio la red de seguridad de los judíos porque no se los había apresado con el plan expreso de eliminarlos, así que sobrevivieron en buen número, y con el tiempo se habían ido convirtiendo en presos veteranos. Así, cuando empezaron a llegar los judíos en masa ya había una resistencia prisionera establecida por las izquierdas que salvó la vida a muchos de los recién llegados, aunque no sabría decir el número. Ciertamente, Fritz y Gustav se salvaron con ayuda de la resistencia socialista. Cuando Fritz fue trasladado a otro campo que no tenía este tipo de red pasó hambre muy pronto. Si la liberación hubiera tardado unas semanas más, habría muerto.
—Llama la atención esa doble vertiente cultural de los campos. El hecho de pervertir el roble de Goethe por un lado, y por otro esos prisioneros recurriendo a la música o hablando de literatura o política. ¿Podríamos decir que fue la educación recibida por Fritz?
—Sí, Fritz recibió algo de educación por parte de los intelectuales en el campo, muy sesgada hacia el comunismo, leyendo libros prohibidos por la noche o haciendo conciertos improvisados. Había escritores, pensadores y compositores, así que intentaron mantener viva la cultura. Eso sin duda contribuyó a la supervivencia de los que la consiguieron, a base de recibir de ella algo de consuelo y humanidad.”Intentaron mantener viva la cultura. Eso contribuyó a la supervivencia, a base de recibir de ella algo de consuelo y humanidad”
—¿Lograron sobrevivir gracias a la bondad, propia y ajena?
—Ese tipo de generosidad siempre ha sido escasa. Resulta claro leyendo los escritos de Fritz que la generosidad auténtica no era muy común. La recibió de los prisioneros más antiguos, y el la «pagó hacia adelante» con la nueva generación de jóvenes, consiguiéndoles comida, por ejemplo, pero siempre le atormentó el resto de su vida el no haber podido ayudar a más gente. Y es que no le fue posible, pero siempre le causó un terrible sentimiento de culpa. Con más de esa generosidad extendida, la situación habría sido muy diferente. Quizá se podría haber organizado una resistencia más organizada a los nazis antes de llegar a los campos. En Nueva Zelanda, tras los atentados de hace poco, algunas de las respuestas a la atrocidad ocurrida han sido horribles, pero también ha habido muestras de solidaridad hacia la comunidad musulmana, incluyendo las provenientes de sus vecinos judíos. Ese espíritu sobrevive, y creo que es muy valioso.
—Junto a Gustav y Fritz camina el olvido. Tras cinco campos de concentración se enfrentan, en 1945, a un mundo que quiere pasar página, sin más.
—Sí, y Gustav es uno de ellos. No le gusta hablar de lo que ha ocurrido y quiere dejar esas experiencias en el pasado para continuar con su vida, hasta el punto de ser educado con antisemitas que le decían cosas como «veo que los de vuestra calaña ya habéis vuelto». A Fritz le sentaba muy mal que su padre reaccionara así, y no tuvo una oportunidad real de hablar en público sobre eso durante décadas, hasta que hizo amistad con un profesor en los años ochenta, lo cual le proporcionó una plataforma para hacerlo. A eso dedicó su vida desde entonces, dando entrevistas y participando en actos públicos. A diferencia de otros, él no era de los que quería olvidar. En los años cincuenta había una actitud de «olvido» generalizado en Alemania, y de resultas en los sesenta hubo una nueva generación de periodistas jóvenes que no creían que el Holocausto hubiera sido para tanto, que ponían el acento en que ambos bandos cometieron atrocidades durante la guerra y que decían que algunas historias de los judíos habían sido exageradas o incluso inventadas. No fue hasta los juicios de Núremberg y Fráncfort en 1963 cuando el conocimiento completo de lo que había pasado empezó a existir en Alemania. El juicio a Adolf Eichmann en Israel más o menos al mismo tiempo también sacó nuevos detalles a la luz. Y fue solo a partir de ahí cuando los supervivientes se sintieron seguros de poder hablar públicamente y de ser escuchados y creídos. Pero para entonces Fritz ya no se sentía capaz de hablar de ello, y hasta los ochenta no se sobrepuso al dolor que sentía al recordar todo eso.
—Hay historiadores y politólogos que consideran que los últimos remanentes del sistema nazi salieron del sistema judicial alemán solo tras la reunificación del país en 1989.
—No creo que las heridas se hayan curado del todo, ni creo que haya nada que las vaya a curar nunca. Se puede hablar de ello, y aprender sobre ello, y entenderlo, pero aún hay ira y dolor sobre el Holocausto. De todas formas, cada persona responde de manera diferente: algunos quieren olvidar, otros mantener su ira, otros unirla a la causa sionista, pero ese dolor no morirá hasta que lo haga el último superviviente. Sobre lo otro, no sé si es verdad, no soy experto en ese campo. El gobierno de Alemania Occidental en los cincuenta estaba muy infiltrado de antiguos nazis, procedentes de las fuerzas armadas especialmente, que fueron muriendo con los años, y puede ser que para cuando ocurrió la reunificación los últimos responsables nazis ya habían fallecido o eran muy mayores. O incluso más tarde.”Algunos símbolos y figuras históricas son muy poderosos, como Franco en España. Casi siempre se puede rastrear el fascismo hasta el culto a uno de estos símbolos”
—Ese mismo olvido o «pasar página» se reclama en España, con respecto a la Guerra Civil y la dictadura, desde algunos sectores, incluso ahora, cuando se debate sacar a Franco de su mausoleo o permitir a los familiares de las víctimas que los saquen de las cunetas. ¿Es un síntoma de algo?
—Probablemente de conservadurismo. «Simplemente, no cambies las cosas». Especialmente las de valor simbólico. Hace poco ha pasado en Inglaterra con acalorados debates sobre Winston Churchill, porque es un ídolo para los conservadores y se lo trata como si hubiera ganado la guerra y acabado con el Holocausto él solo. Cuando se señaló que él mismo había sido responsable de genocidio y que era un supremacista blanco, esto causó mucho enfado. «¿Cómo te atreves a criticar a nuestro héroe?». Algunos símbolos y figuras históricas son muy poderosos, como Franco en España. Si intentas cambiar algo sobre ellas hay gente que se enfada muchísimo, porque ha clavado sus creencias patrióticas sobre la imagen de estos héroes. Esta es una tendencia muy peligrosa, porque no eran buena gente en absoluto, cometieron atrocidades, y yo lo encuentro muy preocupante, porque se ve un vínculo hasta religioso con estas figuras heroicas. Casi siempre se puede rastrear el fascismo hasta el culto a uno de estos símbolos.
—Ha sido usted asesor literario, ghostwriter, arqueólogo, escritor de ficción y no ficción… ¿Qué le ha aportado cada faceta?
—Mi etapa de arqueólogo me enseñó a investigar cosas científicamente, por ejemplo. Al mismo tiempo, siempre he sentido debilidad por los relatos, tanto por leerlos como por contarlos, y fue mientras me iba haciendo una carrera académica cuando empecé a escribir ficción. Siempre me interesó cómo funcionan los relatos, cómo se construyen y qué efecto emotivo tienen sobre nosotros. Cuando empecé a escribir narrativa de no ficción junté dos cosas: el lado académico que no me permitía pasar cosas por alto o simplificarlas, el que tenía que investigarlo todo concienzudamente; y por otra parte, mi lado de novelista, que quería contarle a los lectores una historia que los enganchara emocionalmente y los pusiera en la mente de los protagonistas para que vieran cómo se sienten las cosas desde su punto de vista. Así, la narrativa de no ficción se convierte en lo más satisfactorio que he hecho, porque une las dos cosas: emoción e investigación.
—¿Qué consejo daría a alguien que quiere publicar?
—Hay muchos consejos por ahí para aspirantes a escritor, muchos de ellos malos, así que no estoy seguro, más allá de detalles prácticos de cómo presentar tu trabajo a una editorial. Eso le estropea mucho las cosas a mucha gente. Si tienes una buena historia, atraerá a los editores, pero es clave saber presentarla.
—¿Tiene algún proyecto más entre manos?
—Sí, un libro en el que colaboro con un historiador —yo solo lo redacto— que ha investigado sobre un grupo de rehenes de alto nivel capturados por las SS, que los nazis se guardaban como moneda de cambio contra los aliados. La idea de Hitler era que si era necesario negociar se amenazaría con masacrar a estos rehenes, y el libro es sobre cómo estos prisioneros fueron finalmente rescatados. Aparte de esto, no sé qué más haré próximamente.
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Enviada para Combate Racismo Ambiental por Isabel Carmi Trajber.