“Ojalá que la pandemia del coronavirus, como la peste en la Antigua Grecia,
resulte un acontecimiento histórico que alcance a instaurar en la conciencia humana
la inteligencia de la vida; que logre recodificar el silogismo aristotélico ´todos los hombres son mortales´,
para recomponer la vida de Gaia, de la Pachamama. Para instaurar en el pensamiento
a un nuevo silogismo: la vida es naturaleza/Soy un ser vivo/soy naturaleza.”
Enrique Leff
Por Alberto Acosta*, Servindi
16 de abril, 2020.- La Humanidad, con la pandemia del coronavirus, parece vivir una película de terror, que nos confronta de forma brutal y global con la posibilidad cierta del fin de su existencia en el planeta. Sin ser una película, siendo una dura realidad, se trata de una mega producción que está en marcha desde hace tiempo atrás. Esta pandemia no surge de la nada, no es el producto de un simple complot. La pandemia del Covid-19 nos confronta con una realidad que se ha venido deteriorando aceleradamente desde hace unas siete décadas por lo menos, pero aún con más brutalidad en el último tiempo. Aceptemos también que la recesión económica nos es un producto del coronavirus, pues ya empezó a golpearnos desde el año anterior.
Esta difícil hora nos convoca a memorizar, reflexionar y actuar.
Vivimos una crisis múltiple, generalizada, multifacética e interrelacionada, a más de sistémica, con claras muestras de debacle civilizatoria. Nunca afloraron tantos problemas simultáneamente, que rebasan lo sanitario, mostrando efectos en lo político, económico, ético, energético, alimentario y, por supuesto, cultural. Pero los graves problemas no se quedan en esas dimensiones, pues también hay efectos ambientales inocultables.
La pandemia del Covid-19 nos confronta con una realidad que se ha venido deteriorando aceleradamente desde hace unas siete décadas por lo menos, pero aún con más brutalidad en el último tiempo. Aceptemos también que la recesión económica nos es un producto del coronavirus, pues ya empezó a golpearnos desde el año anterior.
Para empezar, reconozcamos la realidad como es, por más dura que sea. Ya no hablemos más de cambio climático. Seamos precisos en los términos. Estamos en medio de un colapso climático: No podemos olvidar que los cambios en el clima han sido parte consustancial en la historia de la Tierra. Y este colapso lo hemos fraguado los seres humanos en el marco de lo que se conoce superficialmente como el “antropoceno”; en términos correctos corresponde al “capitaloceno”.
La crisis del coronavirus y sus riesgos
A partir de esa rápida introducción cabe hacer una lectura en clave de crisis. Los dos kanjis de la palabra crisis en chino nos plantean la cuestión: problemas y oportunidades.
Los orígenes profundos de esta crisis multifacética son fáciles de avizorar. Mencionemos algunos. Consumismo y productivismo que arrasan con los recursos del planeta y que liquidan los equilibrios ambientales. Tecnologías que, en lugar de alivianar la vida de los seres humanos, aceleran la acumulación del capital afectando cada vez más la psiquis de las sociedades, al tiempo que permiten consolidar un Estado cada vez más autoritario, como en China. Ambición y egoísmo que conducen a la destrucción de tejidos comunitarios y a la profundización de un individualismo transformado en una enfermedad social. Hambre de millones de personas, no por falta de alimentos, que sobran, sino porque mucha gente no tiene capacidad para adquirirlos (o producirlos) o simplemente porque se los desperdicia; se especula con ellos; se alimenta automóviles: biocombustibles; se depreda la biodiversidad; mientras en otros segmentos golpea la obesidad. Extractivismos desbocados que destrozan las bases de la vida y consolidan un sistema económico inequitativo y depredador. Flexibilización laboral para ser competitivos aumentando la explotación del trabajo. Predominio de las finanzas, sobre todo en su fase especulativa, sobre las actividades de producción de bienes y servicios, que, a su vez, superan en mucho la capacidad de resilencia de la Tierra. Culto a la religión del crecimiento económico permanente que desborda los límites biofísicos del planeta. Y todo para asegurar la acumulación del capital, que impulsa una imparable mercantilización de la vida, un verdadero “virus mutante”. Todo esto sintetiza el libreto de esta gran mega producción de la destrucción, que está en cartelera desde hace mucho tiempo atrás.
Ya no hablemos más de cambio climático. Seamos precisos en los términos. Estamos en medio de un colapso climático: No podemos olvidar que los cambios en el clima han sido parte consustancial en la historia de la Tierra. Y este colapso lo hemos fraguado los seres humanos en el marco de lo que se conoce superficialmente como el “antropoceno”; en términos correctos corresponde al “capitaloceno”.
Ahora, los voceros del poder, ignorando esas constataciones inocultables, claman para que nos preparemos a recuperar el tiempo perdido. En este punto, sin ampliar más en las amenazas y riesgos avancemos avizorando las oportunidades, pues lo concreto es que no podemos volver a la normalidad porque la normalidad es el problema. En realidad, se trata de una a-normalidad producida por el capitalismo.
Reconstruyendo y construyendo vacunas para las pandemias
En este momento cobran renovada fuerza las alternativas existentes en diversos rincones del planeta. Hay una variedad de nociones y visiones diferentes y complementarias de cómo imaginar y lograr una transformación socio-ecológica vital, imposible de conseguir con los enfoques de la Modernidad. Son visiones que incluso nos permiten leer de otra manera la realidad con el fin de comprender de mejor manera el mundo en que vivimos, al tiempo que nos invitan a revisar nuestras tradicionales categorías de análisis.
Algunas de estas nociones emergentes son una suerte de renacimiento de las cosmovisiones de los pueblos indígenas; otras han surgido de los movimientos sociales y ecologistas relacionados con viejas tradiciones y filosofías; y, muchas más son respuestas de diferentes grupos compuestos por diversas personas que enfrentan la dura y frustrante cotidianidad con acciones que comienzan a configurar alternativas incluso con capacidad de transformación civilizatoria. Esta ebullición de alternativas se vive en medio de la pandemia a través de la construcción de una multiplicidad de respuestas emanadas desde la creatividad y el trabajo de las comunidades.
A diferencia del desarrollo, que es un concepto basado en un falso consenso, estas visiones alternativas no pueden ser reducidas a una única visión y, por lo tanto, no representan un mandato global indiscutible. Tampoco pueden aspirar a ser adoptadas como una meta común por organizaciones internacionales para recién entonces hacerse realidad. Muchas de estas ideas nacen como propuestas radicales de cambio especialmente desde ámbitos locales, especialmente comunitarios, pero las hay también de alcance nacional e inclusive global.
Esta deconstrucción del desarrollo abre con fuerza la puerta del Buen Vivir, una cultura de la vida con denominaciones y variedades diferentes en distintas regiones de Sudamérica: sumak kawsay o suma qamaña; ubuntu, con su énfasis en la reciprocidad humana en Sudáfrica y varios equivalentes en otras partes de África; swaraj con su énfasis en la autosuficiencia y el autogobierno, en India; y muchas otras. Los postulados ecofeministas y el paradigma del cuidado representan otro aspecto muy potente dentro de este arcoíris post-desarrollista, que necesariamente debe ser también post-extractivista. La necesidad de liberar a la salud y a la educación del ámbito mercantil resulta indispensable. Y por cierto hay que incorporar todo el aporte decolonial.
El Buen Vivir representa, en suma, una clara alternativa al desarrollo, más allá de los vaciamientos conceptuales que ha sufrido por parte de los gobiernos progresistas de Bolivia y Ecuador. Ese Buen Vivir indígena -pensemos lo que sucede en la Amazonía, por ejemplo- es el que muchas veces ha permitido proteger los bosques y las selvas, los páramos, las fuentes de agua y la misma diversidad biológica y cultural, como acción concreta para enfrentar el colapso climático. Y el principio que le inspira -pensado en plural: buenos convivires- es la armonía o, si se prefiere, el equilibrio en la vida del ser humano consigo mismo, de los individuos viviendo en comunidad, entre comunidades, pueblos y naciones. Y todos, individuos y comunidades, conviviendo en armonía con la Naturaleza. En definitiva, los humanos somos Naturaleza.
Una cura para las pandemias…
Recuperar y construir relaciones de armonía con la Naturaleza es la gran tarea. Hay que parar su explotación desenfrenada; hay que desmercantilizarla; tenemos que reencontrarnos con ella asegurando su regeneración, desde el respeto, la responsabilidad y la reciprocidad, desde la relacionalidad.
Para lograrlo tenemos que cambiar la historia de la Humanidad, esa historia de dominio del hombre -sí, en masculino- sobre la Naturaleza. Por siglos, la relación sociedades-medio ambiente ha estado marcada por el utilitarismo y la explotación de recursos. Esta realidad da cuenta de la separación entre Humanidad y Naturaleza. Y eso condujo a una relación de subordinación de la Naturaleza -reforzada por las ideas de “progreso” y “desarrollo”-, que es lo que a la postre ha generado todo tipo de pandemias -recordemos los recientes incendios en la Amazonía- que apuntan hacia una terrible catástrofe socioambiental.
Lo concreto es que no podemos volver a la normalidad porque la normalidad es el problema. En realidad, se trata de una a-normalidad producida por el capitalismo.
Pero a la vez, sobre todo en medio de esta mega crisis, asoman con fuerza las posibilidades de reencuentro de la Humanidad con la Madre Tierra, a partir de visiones como las mencionadas del Buen Vivir. Este será un proceso, largo y complejo, reforzado por las luchas de resistencia y re-existencia desde diversos grupos populares, en especial indígenas.
Aunque los indígenas no tienen un concepto de Naturaleza como el que existe en occidente, su aporte es clave. Ellos comprenden perfectamente que la Pachamama es su Madre, no una mera metáfora. En este sentido todo esfuerzo por plasmar los Derechos de la Naturaleza se inscribe en una reiteración de un mestizaje emancipador provocando un ¨híbrido jurídico”, donde se recuperan elementos de todas aquellas culturas occidentales e indígenas emparentadas por la vida. Y que encuentran en la Pachamama el ámbito de interpretación de la Naturaleza, un espacio territorial, cultural y espiritual, que no puede ser motivo de mercantilización ni de exclusión.
Sin llegar a romantizarlas, las comunidades indígenas -portadoras de una larga memoria- han demostrado que el ser humano puede organizar formas de vida sustentable. Tal relación armoniosa con la Naturaleza -presente en muchos recintos del mundo indígena, no en todos- se sintoniza con la “sustentabilidad”; concepto que, por cierto, se lo ha pervertido y trivializado en extremo, incluso cuando con él se quiere maquillar el desarrollo presentándolo como sustentable.
Los Derechos de la Naturaleza centran su atención en la Naturaleza, que obviamente incluye al ser humano. La Naturaleza vale por sí misma, sin importar los usos que le den las personas, implicando una visión biocéntrica. Estos derechos no defienden una Naturaleza intocada. Estos derechos propugan mantener los sistemas y conjuntos de vida. Su atención se fija en los ecosistemas, en las colectividades.
Pero hay que ir más allá. No se trata de buscar un equilibrio entre economía, sociedad y ecología; menos aún usando como eje articulador abierto o encubierto al capital. El ser humano y sus necesidades deben primar siempre sobre el capital, pero jamás oponiéndose a la armonía de la Naturaleza, base fundamental para cualquier existencia.
Esta combinación de aproximaciones es clave.
Recuperar y construir relaciones de armonía con la Naturaleza es la gran tarea. Hay que parar su explotación desenfrenada; hay que desmercantilizarla; tenemos que reencontrarnos con ella asegurando su regeneración, desde el respeto, la responsabilidad y la reciprocidad, desde la relacionalidad.
Hacia el pluriverso, un mundo sin pandemias…
En una época en la que el neoliberalismo y el extractivismo desenfrenado brutalizan la vida diaria de los ciudadanos y las ciudadanas de todo el mundo, en particular de los habitantes del Sur global, es primordial que voces contestatarias y movimientos populares se comprometan en un esfuerzo concentrado de investigación, participación, diálogo y acción, inspirado en los movimientos de base y a los cuales, a su vez, les rindan cuentas. Necesitamos nuestras propias narrativas. Los actos de resistencia y re-existencia dan esperanza aquí y ahora. Y por eso hablamos de que ya se puede escuchar la respiración de un futuro diferente en el marco del Pluriverso: un mundo donde quepan todos los mundos, garantizando la vida digna a todos sus seres humanos y no humanos.
Es la hora de las estrategias y las luchas en todos los niveles escalares de acción. Un punto de diferencia, que necesitamos explorar, es la dirección de nuestros esfuerzos. No se puede esperar mucho de los niveles de los estados nación o los ámbitos globales, pero hay que intentar incidir incluso en ellos, aunque sea para negociar algunas conquistas. El campo de acción aparece en donde y desde donde actuar propiciando vidas mancomunadas, en espacios comunes cohabitados por lo plural y la diversidad, con igualdad y justicia, con horizontes colectivos, para resistir el creciente autoritarismo y construir simultáneamente los buenos convivires.
*Alberto Acosta es un economista ecuatoriano. En la actualidad es profesor universitario, conferecista y sobre todo compañero de lucha de los movimientos sociales.