¿En serio vamos a tener que volver a cómo estábamos antes?

Por Diana T’ika Flores Rojas*, en Noticias SER / Servindi

La tragedia sanitaria mundial es innegable. Más de 21 mil personas han muerto hasta el momento por el llamado COVID-19, que según se sabe fue producido por el comercio de animales silvestres en China (1). Las familias de los fallecidos no han podido despedirse de ellos; y los grupos humanos más vulnerables son aquellos con quienes el sistema democrático no ha cumplido su palabra.

Es decir, la gente sin acceso a agua para lavarse seguido las manos como exigen todos los gobiernos (2), la que vive en países con sistemas de salud precarios y la que no tiene garantías laborales (o ahorros) para sobrevivir sin trabajar los días de cuarentena.

Sin duda, esta tragedia humana también afecta a los animales que dependen directamente de nosotros. No me refiero solo a los animales domésticos de compañía, sino a los de consumo humano que en muchos casos han sido abandonados a su suerte (3), los silvestres recluidos a la fuerza en lugares de entretenimiento o refugiados en centros de rescate porque no pueden volver a sus hábitats naturales (4), o los que han sido atacados producto de la desinformación (5).

Pero ¿es también una tragedia ambiental? Más allá de lo cómico de los memes que muestran a los dinosaurios reposando en idílicos paisajes como efecto de la cuarentena humana, lo cierto es que en China las emisiones de dióxido de carbono se han reducido en un 25%, lo que significa para el mundo un no desdeñable 6% (Centro de Investigación en Energía y Aire Limpio – CREA).

En Lima, la octava ciudad más contaminada de Latinoamérica (World Air Quality), la cuarentena ha reducido la polución en un 58% según los cálculos del Ministerio del Ambiente, dado que se ha paralizado al parque automotor y a la mayor parte de las industrias.

A su vez, se ha calculado que el cielo capitalino dejará de recibir 90 mil toneladas de dióxido de carbono en los primeros 15 días de inmovilidad vehicular, y las personas se ahorrarán casi 4.5 horas de contaminación sonora diaria.

Estos datos nos muestran que la paralización de la mayor parte de las actividades humanas en el planeta, al menos de las no tan indispensables (como sí lo es, por ejemplo, la agricultura campesina), ha sido un respiro para la casa grande.

Un resultado que, retomando lo que dicen por ahí, “ninguna COP (Conferencias de las Partes sobre el Cambio Climático) pudo lograr”.

En otras palabras, se ha logrado lo que ningún organismo mundial que dice velar por el bienestar social pudo conseguir frente al poder de las transnacionales y a gobiernos que se niegan a tomar medidas serias frente a la emergencia climática. 

Los animales que viven cerca de las urbes han empezado a volver al que en algún momento fue su territorio. Hemos visto fotos de llamas silvestres en las carreteras de Ecuador y miles de aves recolonizar las playas del litoral peruano. Los animales nos han mostrado lo obvio: siempre hemos compartido el planeta con ellos, pero les dábamos miedo.

Asimismo, el miedo a una futura pandemia ha persuadido al parlamento del país que representa el mayor mercado de animales silvestres en el mundo (China) a prohibir este tipo de comercio.

Entonces, ¿se trata de elegir? ¿Es el bien -estar del ambiente y los animales silvestres, o el de nosotros y nosotras? ¿Nuestros intereses están realmente contrapuestos? ¿Lo que teníamos antes de la cuarentena era mejor? ¿Toda una maquinaria mundial produciendo al máximo basura, pobreza y depresión, a costa de un consumo insostenible -con condiciones laborales injustas -que nos hacía sentir que teníamos el mundo a nuestros pies (para comprar en un supermercado cuando nos diera la gana, por ejemplo), era bueno? ¿En serio?

¿Queremos volver a un mundo en el que la contaminación produce casi dos millones de muertes prematuras al año según la Organización Mundial de la Salud (OMS) (6)? ¿O a una ciudad como Lima que a pesar de presentar alrededor de 1,220 muertes atribuibles a la contaminación (MINAM 2014) (7), se muestra como ejemplo para el resto del país? En esta misma ciudad donde se pasa en promedio 3 horas diarias en un bus, ¿no quisiéramos tener un poco más de tiempo libre y así pensar en cómo vivir mejor?

Entonces, ¿el bienestar del ambiente y de los animales silvestres está contra nosotros? ¿O podríamos pensar que, si ellos están mejor es un indicador de que nosotros podríamos estarlo también?

Tenemos que ser claros: si queremos conservar algunos de los efectos positivos de habernos recluido y detenido parcialmente la vorágine de producción y consumo, no podemos volver a comportarnos como antes. No podemos volver a mirar las cosas desde el pedestal de superioridad en el que creíamos estar. Valdrá la pena preguntarnos cuáles son realmente nuestros intereses como sociedad y quiénes están dispuestos a defenderlos.

Una tarea en particular importante es identificar con nombre propio a los que nos obstaculizan cambiar. No podemos dejar de aprovechar esta oportunidad para identificar a los que ponen los intereses económicos por encima de la salud de su gente, como el presidente brasileño Jair Bolsonaro o la Confederación Nacional de Instituciones Empresariales Privadas (CONFIEP), cuya presidenta declaró escandalizada que la actividad minera no podía parar y dejó entrever que las empresas pueden usar muchas opciones legales con sus trabajadores para no perjudicarse. La pregunta salta a la vista, ¿estamos defendiendo nuestro buen vivir o sus ganancias?

Finalmente, este es un llamado a que veamos la crisis completa y nos hagamos cargo de ella como la especie que más recursos consume en este planeta y que menos cuida. En este escenario, la frase chilena de las recientes protestas es aún más vigente “ya no podemos volver a la normalidad, porque la normalidad era el problema”.

Notas:

(1) No existe un consenso sobre el origen del virus, pero la mayor parte de los estudios apuntan a que fue producido en China, a partir del consumo de animales silvestres (https://bit.ly/2wtZ4yp).

(2) Alrededor de 3.000 millones de personas en el mundo no pueden lavarse las manos y evitar el contagio del coronavirus (https://bit.ly/2xm6Eem).

(3) Se han registrado noticias de abandonos en mercados, granjas, etc. (https://bit.ly/39sjBAQ, https://bit.ly/2UIZmcu). 

(4) Estos establecimientos han alarmado que no tienen trabajadores/as y financiamiento porque dependen de los ingresos por visitas (https://bit.ly/33QDUGB, https://cnn.it/3by0pCP).

(5) En el norte del país, murciélagos fueron atacados con fuego por creerse que contagiaban el virus (https://bit.ly/33N74qp).

(6) Se puede hacer seguimiento a los niveles de contaminación en la página de la Plataforma Mundial de Calidad y Salud del Aire (http://maps.who.int/airpollution/).

(7) El MINAM (2014) realizó estudios de morbimortalidad sobre los efectos de la contaminación del aire en la salud de la población de Lima Metropolitana. El dato al que hacemos referencia se refiere a las enfermedades respiratorias y cardiovasculares relacionadas al PM10 (https://bit.ly/33ZCBFL), que es la contaminación por micropartículas sólidas o líquidas de cenizas, polvo, hollín, etc. que tienen un diámetro menor que 10 µm.


*Diana T’ika Flores Rojas es una activista ecologista y animalista. 

Esta semana la columna de Comadres cuenta con la colaboración especial de Diana Puka T’ika Flores. La Plataforma Comadres es un espacio que busca posicionar el trabajo de las mujeres en el análisis de la política nacional e internacional.

Foto: Daniel Martínez-Quintanilla/ @javierto65/ Twitter

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