El dictador y el botón de “me gusta”: cómo la imagen de Kim Jong-un desafía a la democracia. Por Eliane Brum

No El País

Kim Jong-un, dictador de un país donde la gente casi no tiene acceso a Internet, ha realizado una hazaña que solo es posible en tiempos de la Red. De repente, el ogro del planeta consigue me gusta del mundo. Y su versión más simpática y rotunda ocupa todas las pantallas durante varios días. Es un caso fascinante de cambio de imagen, ya que había terminado el 2017 como un tirano loco. Y, en abril de 2018, se convierte en una especie de Shrek de la geopolítica internacional. Es posible entender por qué el encuentro entre las dos Coreas se considera un momento histórico. Pero hoy la historia quizá sea la de que Kim Jong-un ha conseguido expandir al mundo democrático, a una velocidad que solo Internet permite, la propaganda que se inyecta a los norcoreanos por las retinas día tras día desde los tiempos de su abuelo. Sin cambiar su vestimenta, pero ampliando la sonrisa de emoticono del retrato oficial.

“Parece un osito de peluche”, llegó a decir una surcoreana al verlo cruzar la frontera de la mano con su presidente, Moon Jae-in, el 27 de abril. A otra le pareció “mono”. El presidente surcoreano quedó eclipsado. La victoria de imagen es toda del dictador de uno de los países más cerrados y pobres del mundo, donde disidentes desaparecen o se pasan la vida siendo torturados en prisión, un hombre que ordenó la ejecución de su tío y se sospecha que envenenó a su hermanastro. Ni siquiera su edad está confirmada, se estima que tiene 34 años. Pero Kim se ha transformado en los últimos días en una figura de Botero que podría convertirse en breve en imán de nevera.

Puede que la próxima imagen de Kim Jong-un sea dándose un apretón de manos con Donald Trump. El Líder Supremo con el líder del mundo libre. Un encuentro que solo es posible porque Kim ha blandido el poder atómico como si fuera su juguete favorito. Y porque ni la democracia ni los derechos humanos importan en la política exterior de Trump. Si esta fuera la paz del mundo, cualquier mundo, quizás habría que preguntarse qué es la historia. Y cómo fracasamos en la distinción entre imagen y fotografía.

La semana pasada, el brasileño Marcio Cabral perdió el premio Wildlife Photographer of the Year, que había ganado con la fotografía de un oso hormiguero avanzando hacia un termitero por la noche. Encendida por un fenómeno de bioluminescencia, la colonia parece un rascacielos amenazado por un monstruo mitológico. Tras una rigurosa investigación, el Museo de Historia Natural de Londres concluyó que el oso estaba disecado. Era una imagen, no una fotografía.

Cuando un Kim Jong-un del mundo real se transforma en personaje de animación —en el mundo real—, hay que investigar de qué carne está hecho el osito disecado que habita nuestro imaginario distorsionado por el botón de “me gusta”.

Traducción de Meritxell Almarza.

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