Con una trayectoria de más de diez años, aunque con periodos más altos y más bajos, en la actualidad la Comisión de Ecofeminismos de Ecologistas en Acción (EA) de Madrid se compone de unas diez personas que participan de manera activa y estable en las actividades de la comisión, aunque el grupo de apoyo para eventos concretos es mayor. Ecología Política realizó una entrevista de manera colectiva un viernes en Lavapiés, con seis de sus participantes.
por Marién González Hidalgo*, en Ecología Política / Servindi
El pasado mes de septiembre de 2019 participamos de las III Jornadas Ecofeministas en Chinchón (Madrid), (1) organizadas por vosotras y por el colectivo Somos Garaldea. Cada año las jornadas suscitan más interés, y en esta oportunidad se llegaron a inscribir trescientas personas. ¿Creéis que hay un auge de los ecofeminismos? Y, si es así, ¿a qué creéis que se debe?
Incluso a nosotras a veces nos sorprende la capacidad de llamada que tiene la palabra ecofeminismo, aunque mucha gente quizá no sepa muy bien exactamente qué es…Pero parece que el término aúna dos preocupaciones, o dos rabias, y nos da la posibilidad de analizar, resolver o enfrentarnos a la vez a la destrucción de la Tierra y al patriarcado.
Frente a la complejidad de la situación actual, y de las demandas del ecologismo social, nuestros mantras «colocar la vida en el centro», «somos interdependientes» y «somos ecodependientes» cada vez resuenan en más personas.
Nuestros mantras «colocar la vida en el centro», «somos interdependientes» y «somos ecodependientes» cada vez resuenan en más personas.
El movimiento feminista está creciendo desde hace años, y recientemente también la preocupación por la Tierra y los cuerpos-territorios. Muchas luchas y movimientos en territorios más allá de Europa, por ejemplo en Abya Yala,(2) aunque en ocasiones no se autodenominen feministas, ejercen resistencias tanto discursivas como en acciones contra el despojo, los extractivismos y las políticas de muerte de las culturas, las formas de subsistencia, las cosmologías ancestrales y todas las vidas asociadas a estos territorios, para obtener recursos y beneficios sobre todo para el Norte global.
Por otro lado, en estas latitudes también muchas de las movilizaciones feministas están conectadas con el territorio y con la preservación de la naturaleza, porque se sienten parte de ella. Estos movimientos nos ayudan e inspiran a nosotras para entender y poder transmitir que el ecofeminismo implica mucho más que la suma de dos corrientes: es entendernos como parte de la naturaleza, conectarnos con lo que nos rodea, con otros seres, con los ritmos de la tierra, cosas que aquí en Occidente aún no hemos terminado de comprender.
El ecofeminismo implica mucho más que la suma de dos corrientes: es entendernos como parte de la naturaleza, conectarnos con lo que nos rodea, con otros seres y con los ritmos de la tierra.
Aunque parece que ahora las generaciones más jóvenes viven y sienten esto de manera más clara y sencilla que las mayores.
No sabemos si es un auge; da miedo cuando algunas de estas cosas parece que se ponen «de moda». Pero lo cierto es que los ecofeminismos traen propuestas de lo académico, lo práctico, la educación y el activismo (donde nos encontramos muchas de nosotras), y hacen propuestas en positivo más allá de las lecturas desoladoras en clave ambiental y de género.
– Anteriormente, los colectivos feministas mostraron cierta reticencia en abrazar el ecofeminismo, quizá por entenderlo en su formato más esencialista. ¿Creéis que esta tensión se ha desdibujado? ¿Podríais describir cómo definís o practicáis los ecofeminismos en la comisión?
Sí, durante un tiempo ser ecofeminista fue bastante duro. Allá donde íbamos nos miraban con sospecha, pensaban que éramos unas defensoras de la espiritualidad y la maternidad como destino universal de las mujeres. A nosotras mismas, cuando tuvimos los primeros contactos con los textos de, por ejemplo, Vandana Shiva, por un lado nos parecieron maravillosos, pero también vimos que reflejaban unas realidades muy alejadas a la nuestra y que podían representar ciertas visiones, por ejemplo sobre el carácter complementario de los géneros, con las que no estábamos de acuerdo.
Pero es necesario entender de dónde vienen esas ideas, de dónde se alimentan, qué respuestas traen, para aceptar que sí podemos aprender de ellas, aunque no reflejen nuestra situación actual. En todo caso, en los últimos tiempos ha habido una apertura. Hay más ecofeminismos.
Desde la perspectiva del mundo de las ideas, y de esa lucha por ser consideradas ciudadanas en pie de igualdad con los hombres, las imágenes de la espiritualidad o más emocionales generaron la preocupación de que, una vez más, se nos vinculase con la naturaleza: se entendía el ecofeminismo como una valoración de la maternidad y de la espiritualidad.
Y en este contexto (en Madrid, por ejemplo), en que la crianza no se lleva a cabo en comunidad, sino que son las mujeres las que se ocupan de ella en situación de soledad y precariedad, y en que se asimila espiritualidad con religión, machismo y despolitización, las miradas chocaban. Por eso necesitamos resignificar muchas palabras y conceptos y explicarlos muy bien, porque el error ha sido no plantearnos que el camino de regreso a la naturaleza no solo es para las mujeres, sino para todas y todos.
En todo caso, a nivel teórico podemos ser muy puristas, y después, a pie de calle o de bosque, te das la mano con gente que, por sus ideas, considerábamos muy distantes.
Desde un enfoque práctico, aunque creemos en la historia y la cultura como herramientas que nos construyen y nos pueden deconstruir, también entendemos que quizá cada miembro de la comisión puede representar enfoques diferentes. ¿Por qué tenemos que encajar todas en el mismo, y solo en uno?
En este marco del constructivismo, diríamos que practicamos el ecofeminismo que podemos, el que nos permiten nuestra formación, nuestras ideas y maneras de relacionarnos con la tierra y con los recursos, mientras día a día nos esforzamos por entendernos como parte de la naturaleza y ser coherentes con ello.
Practicamos el ecofeminismo que podemos, el que nos permiten nuestra formación, nuestras ideas y maneras de relacionarnos con la tierra y con los recursos.
En cada territorio tendrá sentido practicar el tipo de ecofeminismo que sea más efectivo; no hay una línea, deben ser las necesidades y acciones de cada territorio y comunidad las que lo definan en la práctica, de manera que estemos abiertas a entendernos y a compartir sentires, saberes y valores, y así ver qué otras sinergias podemos generar para que las mujeres y personas que se sientan mujeres, así como los hombres cis, puedan participar activamente en esto.
Uno de los ejemplos más claros de los actuales puntos de encuentro entre ecofeminismo y feminismos es que, desde hace dos años y medio, la movilización anual del 8 de marzo en Madrid tiene una pata ecofeminista. Esto ayuda a entender por qué ese día también hay que hacer una huelga de consumo con el fin de visibilizar que el sistema productivo arrasa cada día con las condiciones materiales de la vida.
Otro ejemplo: en septiembre de este año lanzamos una convocatoria para una pequeña reunión con gente que quisiera trabajar el tema de la crisis climática desde una perspectiva feminista, y nos encontramos con que ochenta personas abarrotaron la sala. Esto señala que había una preocupación, pero faltaba ver cómo articularla.
Ahora mismo es un momento muy bonito, en que el ecofeminismo se está consolidando. Lo vimos, por ejemplo, en una de las sentadas de los Fridays for Future de septiembre, cuando los y las estudiantes gritaban y repetían «eco eco ecofeminista», ¡con la vivencia de identificarse con ese nombre!
– Pero puede haber personas o colectivos ecologistas que crean que hablar de feminismo no es lo más urgente ante la crisis ecológica. ¿Cómo hacéis para incluir la perspectiva feminista de manera transversal en las acciones de EA?
Más allá de EA, nos damos cuenta de que dentro del movimiento ecologista hay muchas personas que no han integrado el feminismo en su día a día. Lo percibimos, por ejemplo, en las reuniones, en que los tiempos discursivos tienden a ser más usados por los hombres, o cuando los trabajos de cuidados —incluidos los afectivos— caen mayoritariamente en las mujeres de un colectivo, o a la hora de dar charlas, en que los principales referentes suelen ser hombres y, aunque haya muchas mujeres con experiencia, tienden a ser invisibilizadas.
Somos conscientes de que a veces esto pasa porque estamos todas muy ocupadas con una determinada cuestión, ya que el cambio global implica muchas cuestiones que necesitamos abordar con inmediatez, y entonces trabajar el tema del feminismo, si no lo tienes integrado, implica un sobreesfuerzo. Mucha gente no se autoexamina en su día a día para ver qué cosas debe mejorar no solo frente al cambio climático, sino en lo referido a otras personas que quedan subordinadas por la forma de organizarnos, no solo mujeres, sino también personas racializadas, no binarias, etc.
Una de las formas prácticas que proponemos en la comisión para trabajar esto es el patriarcalitest,(3) que nació de una propuesta de las mujeres del grupo de Sevilla, hartas de que en grupos ecologistas participaran machirulos, y de que eso no se considerara un problema. Ellas recurrieron al humor y prepararon unas preguntas en las que planteaban el machismo como una enfermedad; así crearon una herramienta de diagnóstico divertida.
El patriarcalitest nació de una propuesta de las mujeres del grupo de Sevilla, hartas de que en grupos ecologistas participaran machirulos.
En el grupo de Madrid complementamos las frases, y el proceso fue muy ameno, ¡el lenguaje del humor es muy poderoso! También se presentó en una asamblea confederal de EA, y así se construyó una herramienta para detectar actitudes jerárquicas entre hombres y mujeres. Se ha utilizado en varios espacios tanto en EA como en otros colectivos y ha servido para visibilizar prácticas que suelen quedar escondidas, y poder debatirlas entre todas.
– ¿Cuáles son los principales retos que encontráis en la actualidad tanto a nivel interno como externo en la lucha para poner la vida en el centro?; ¿y cuáles son los éxitos?
Tenemos muchísimos retos, retos constantes para transmitir el mensaje del feminismo, el ecologismo y el ecofeminismo en el día a día y para hacerlo de manera que el pesimismo no nos pueda. Vamos tarde, porque ya hay muchas poblaciones afectadas, tanto de nuestra especie como de otras. Pero, si además tenemos una posición negativa con respecto a las posibles soluciones, no cambiaremos nada.
Intentamos transmitir el mensaje de la manera más realista posible para que la gente actúe, con visiones transformadoras, no solo con la crítica sino también con la acción, para ser «gente pequeña que hace cosas pequeñas y que puede cambiar el mundo». Buscamos también transmitir con la emoción, porque con ella se llega mucho más al corazón, que es de donde salen los impulsos. Y necesitamos un gran impulso para cambiar esto.
A nivel más concreto, como grupo urbano, a veces tenemos el reto o las ganas de hacer cosas que se toquen con las manos. Nos damos cuenta de que nuestro espacio y nuestro campo de influencia están en la visión del pensamiento y del mundo, porque consideramos que una mirada diferente puede ir de la mano de una forma distinta de relacionarse con el mundo.
Y ahí el trabajo es construir una cultura que vaya permeando. Lo hacemos en bicicleta, en las jornadas, en talleres, en charlas, en artículos. Nuestro bosque es el pensamiento; ese es nuestro territorio de conquista.
Nuestro bosque es el pensamiento; ese es nuestro territorio de conquista.
Otro de nuestros retos es, como probablemente lo sea para muchos grupos activistas, aceptar que somos seres limitados. Porque hay tanto por hacer que a veces nos apuntamos a más cosas de las que podemos. Entendemos el ecofeminismo y el activismo como un compromiso con una causa mayor que nos da una fuerza buena para el mundo y para nosotras, pero también debemos aceptar la diversidad de implicaciones y tiempos en un grupo como el nuestro, en el que muchas cosas se plantean como urgentes.
Entre estos retos constantes, celebramos varios pequeños grandes éxitos, y cada vez conocemos más personas que están en esto. Nuestros primeros triunfos fueron los bicipiquetes, que han ayudado a muchas mujeres a atreverse a ir en bici por la jungla del tráfico de Madrid, como forma de transporte y también de empoderamiento.
Las jornadas de cada año también son pequeños éxitos tanto hacia afuera, por la confluencia de personas, como para nosotras, ya que nos atrevemos a ir más allá de pensamientos o ideas concretos, y a ampliar la mirada hacia ámbitos en los que nos falta posicionarnos o reflexionar. Por ejemplo, este año, gracias a los debates en torno al antiespecismo y a la ganadería extensiva, al feminismo gitano o a las miradas decoloniales en Abya Yala, hemos aprendido mucho, y seguimos.
Notas:
(1). https://www.ecologistasenaccion.org/evento/chinchon-iii-jornadas-ecofemi….
(2). Nombre que el pueblo indígena cuna daba a los territorios que se conocen hoy como América Latina antes de la conquista.
(3) https://www.ecologistasenaccion.org/105555/patriarcalitest-una-herramien…
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*Marién González Hidalgo es investigadora posdoctoral de la Swedish University of Agricultural Sciences.
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Mesa redonda en torno a la agroecología y el especismo en las III Jornadas Ecofeministas. Fuente: Ecologistas en Acción.