Por el solo hecho de ser mujer

“Hay en la noche un grito y se escucha lejano,
cuentan al sur es la voz del silencio,
en este armario hay un gato encerrado,
porque una mujer,
porque una mujer defendió su derecho.”
Dignificada, Lila Downs.

Por Ana María Vidal Carrasco, en NoticiasSER / Servindi

La noticia nos golpeó y el dolor es atroz. A Eyvi la quemaron en un bus en uno de los distritos más seguros de Lima.

Ella tenía miedo porque un hombre la acosaba, la seguía, se lo había dicho a su mamá y su hermana. Ayer, cientos, miles de mujeres hemos llorado de rabia por Eyvi, porque entendemos ese miedo, porque nos aterra saber que lo que le pasó, nos pudo pasar en cualquier momento de nuestras vidas por el simple hecho de ser mujeres, de tener útero.

Ayer, sola en mi casa fui y abracé a mi hija mientras dormía sin poder contener el llanto, con el dolor punzante de saber que ella también tendrá que defenderse de una sociedad que mata con alevosía.

Luego salió un policía a decir que Eyvi no fue a denunciar su caso, y se unió al coro de personas y medios que siempre cuestionan a la víctima, que analizan con lupa qué hacía o qué no hacía, como si ella fuese la responsable.

Una radio de alcance nacional difundiendo que “ella era seria y no conversaba mucho”, un periodista señalando que la “intentaron quemar”, como si no bastase que le hubieran quemado el 60% de su cuerpo; otro señalando que todo se debe a los trastornos mentales del victimario, atenuando así su terrible crimen, como si no le bastase el comunicado del Colegio de Psiquiatras señalando que los trastornos mentales no están relacionados con la violencia.

Sabe algo señor policía, yo sí puse una denuncia porque una tarde un tipo en plena calle me metió mano, solo perdí una tarde entera sentada en la comisaría y de nada sirvió. Saben qué señores periodistas, la culpa nunca es de las víctimas, déjenlas en paz, y por una vez en su vida investiguen hasta el tuétano la vida de los delincuentes.

***

Hace más de 20 años en Perú, el gobierno del dictador Fujimori mandó a esterilizar a las mujeres más pobres del país. Cientos de mujeres fueron esterilizadas diariamente sin condiciones adecuadas, con mentiras y engaños, sin un consentimiento informado, a la fuerza, con amenazas y miedo. En solo dos años fueron esterilizadas casi 200 mil mujeres.

Esta cifra oficial dada por el mismo Ministerio de Salud debería escarapelarle el cuerpo a cualquiera, no solo a quien conoce el país y sabe cómo se implementan las políticas públicas.

A Mamérita y a Celia esta orden de Fujimori les costó la vida, las complicaciones post operatorias las mataron, igual que a muchas más, pero de aquellas mujeres asesinadas en salas de cirugía pésimamente implementadas por la dictadura, no sabemos mucho, porque para nuestro Estado la vida lejos de Lima pareciera valer poco o nada. Y no solo para el Estado, también para los medios, para esos mismos que tienen a periodistas preguntándose qué hacían o cómo se vestían o se comportaban las mujeres.

El dictador y sus secuaces creyeron que todo quedaría impune. Pero lo que nunca imaginaron es que las miles de mujeres sobrevivientes eran muy valientes, y que a pesar de lo que les hicieron, del desprecio y el abandono que sufrieron a causa de estas operaciones mal hechas, y que exigirían justicia. Y por fin, ayer después de 15 años, el caso se ha judicializado, un avance inmenso que demuestra que no siempre los delincuentes se salen con la suya. Un caso en que la justicia puede alcanzar de nuevo a Fujimori por otro crimen de lesa humanidad.

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¿Qué tienen en común Eyvi, Inés, Ruthe, Victoria, Celia y las miles de mujeres esterilizadas por esta política criminal? ¿cuál es el hilo conductor que las une a ellas con Solsiret, con Ruth, con Valeria, con Dominga y con miles de mujeres que han sido atacadas, desaparecidas, acosadas o violadas por sus parejas, por conocidos o desconocidos? Que eran y que son mujeres, y que contra sus cuerpos perpetraron terribles crímenes por el solo hecho de serlo.

Porque en los 90 los doctores recibieron la orden de un delincuente y no les costó nada acatarla. La historia habría sido distinta si les hubiesen ordenado cortar una mano o un pie, ahí sí no habrían acatado la orden. Pero les ordenaron amputar el aparato reproductor de las mujeres y para ellos, éste es algo sin valor y de dominio público. Y también de eso se trata la violencia que vemos hoy en día: el intento de feminicidio contra Eyvi, la desaparición de Solsiret, la violación de Dominga son violaciones a los derechos humanos, porque hay criminales que piensan que la vida y el cuerpo de las mujeres es prescindible. Y cuentan con la complicidad de un aparato estatal que hace poco o nada para detener esta violencia que nos ataca en mayor o menor medida a todas.

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Al terminar de escribir este artículo, leo que un militar en retiro con serias acusaciones de corrupción y de violaciones de derechos humanos, amenaza a la congresista Glave. Le dice: “cuidado que te trato como a un hombre”. La amenaza que le ha soltado el militar a Marisa Glave es una amenaza contra todas las mujeres del Perú.

La violencia de género no es un invento de algunas pocas feministas, la violencia nos está matando y tenemos que hacerle frente. Tenemos que encontrar entre mujeres nuevas formas de resistir, no podemos admitir que nos sigan matando ni dejarle una sociedad así a las que vienen, no nos podemos permitir eso.

Por Eyvi, por Solsiret, por Ruth, por Inés, Mamérita, Celia, Victoria, por tantas, por todas.

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